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Cuando Sami DiPasquale visitó el Kurdistán devastado por el conflicto en un viaje de investigación en 2009, no esperaba que nadie supiera o se preocupara mucho por el lugar donde él vivía: El Paso, Texas. Pero cuando le decía a la gente de dónde era, sus ojos se abrían enormes como platos.
¡El Paso! ¡Guau! ¿No es peligroso?
¿No están las cosas un poco locas allí?
Fue bombardeado con preguntas similares sobre la frontera sur de Estados Unidos en Egipto cuando viajó allí con una organización sin fines de lucro en 2015, así como en Tailandia y en Italia, que visitó en 2017 con motivo de su aniversario de boda.
Incluso en Estados Unidos, estaba claro que sus conocidos percibían la ciudad principalmente como un símbolo de caos y violencia en la frontera del país, a pesar de que El Paso clasifica consistentemente como una de las ciudades importantes más seguras de Estados Unidos.
Con el tiempo, una idea descabellada tomó forma en la imaginación de DiPasquale. ¿Qué pasaría si El Paso pudiera ser un lugar sagrado, un lugar donde los peregrinos vinieran a buscar el corazón de Dios?
Esa idea es la razón por la cual, en una soleada tarde de marzo a principios de este año, DiPasquale lideraba un grupo de nueve personas de la iglesia Christ Church de Austin en un recorrido a lo largo del muro fronterizo. DiPasquale es el director ejecutivo de Abara, una organización sin fines de lucro que busca construir «conexiones más allá de las fronteras a través del entendimiento mutuo, la educación y la acción significativa». Una forma en que Abara hace esto es a través de Border Encounters, que consisten en viajes de inmersión educativa a la frontera de tres días de duración.
Esa tarde, el grupo de Border ...